Antes de casarme, la voz de la experiencia me recomendó velar por una comunicación fluida en la pareja. Lo hizo recordándome que la interpretación de los sonidos emitidos varía radicalmente en función de si el receptor de las ondas acústicas es mujer u hombre. Y con el tiempo comprobé, además, que se olvidó de añadir un pequeño detalle: si mi marido era argentino, pese a hablar el mismo idioma, los problemas de comunicación no vendrían solo de la mano de nuestros diferentes sexos, sino de nuestra nacionalidad. Así que no sólo tuve que asumir con aperturista resignación que en el arte del lenguaje de las indirectas (ya sean materiales, corporales, gesticulares o cualquiera de las dimensiones donde la grandeza de la sutileza tenga cabida) no tenía demasiado recorrido, sino que por supervivencia en la cadena trófica del matrimonio, cada uno de nosotros tendría que aprender un tercer idioma. Mi marido español y yo argentino.
Digamos que para esto de los idiomas no soy especialmente ducha. En realidad no lo soy nada. La Rae me persigue sin piedad. Por eso cuesta poco adivinar la ingente cantidad de tiempo invertido por mi parte en conseguir dejar de segregar indignación al reconocer que, para mí, depositar una bombilla fundida en la encimera de la cocina evoca, claramente, la necesidad de comprar una nueva y cambiarla y, para otro, sin embargo, evoca mi querencia a acumular cosas inservibles. Igual que me sigue costando entender que la petición “más despacio por favor”, cuando estamos viendo la televisión, no significa que ponga a cámara lenta el programa en cuestión, sino que baje el volumen. (Qué tendrá que ver la velocidad con el tocino, digo con el volumen del sonido).
A despecho de tanta bombilla sin cambiar y por no terminar ni sordos ni a oscuras, hay que continuar desatascando las vías de comunicación en todas sus vertientes; no por nada, sino porque el lado oscuro es la perdición y no quiero ni incentivar más mi encomiable mala fama, ni ser agraciada con un cuarto hijo. Entre indirecta convertida en directa y palabra argentina va, expresión española viene, seguimos vigorizando los pilares de nuestra comunicación, una tarea en la que estaremos inmersos de por vida como si de trasiegos burocráticos se tratara.
Quizás poco a poco os vayamos descubriendo todo un mundo de sensaciones con esto de las diferencias en las expresiones.
Constanza empieza hoy con una buena ristra. Continue Reading →